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domingo, 3 de enero de 2010

Ni abate, ni insecticidas, ni nada…

Si existe una cualidad que identifica a un cubano en cualquier parte del mundo y en cualquier área del saber, es la capacidad de adaptación, en buen cubano, la facilidad de inventar. Pero tiene duros competidores.
Las hormigas han resultado ser todo un dolor de cabeza en cualquier hogar cubano. En la mía, todo comenzó cuando sin querer dejé el recipiente de la basura destapado. Es interesante el sistema de comunicación entre ellas, porque a los pocos minutos ya tenía toda una colonia instalada en mi casa.
Enseguida me dispuse a declararle la guerra química a tan infame enemigo. Probé con algunos insecticidas que sin dudas daban resultado, pero sus precios escapan del presupuesto económico hogareño. A las razones monetarias, se le unió la dificultad de que enseguida las muy pillas cambiaban sus rutas de escape y me era imposible rociar el hogar completo.
Una amiga me dijo que tenía el remedio mágico y mucho más económico: el abate. Y vaya si fue acusadora la cara del trabajador de la campaña contra los mosquitos aedes-egypthis cuando atendió mi extraña suplica de regalarme un poco del asombroso polvo.
Tampoco fue poca mi sorpresa al comprobar que, efectivamente, funcionaba. Tras mi afanosa labor de búsqueda y bombardeo de cada trillito de mi resbaladizo enemigo, me percaté que tampoco funcionaba, porque de cada cien hormigas que asesinaba yo, salían otras mil al rescate de los cuerpos en medio del campo de batalla. Además hay que tener en cuanta que no podía llorarle a los inspectores de la campaña contra los mosquitos en cada visita a mi hogar.
Entonces comprendí que en el arte de la guerra, la información es poder. Se hacía necesario un poco de investigación.
Pues resulta que los científicos estudian las hormigas no solo la especie en sí, que es lo suficientemente interesante. Sino que también lo hacen desde un punto de vista social, pues son insectos con una organización extremadamente compleja, capaces de cometer algunas escalofriantes atrocidades semejantes a la sociedad humana.
Son agricultores de algunas especies de hongos, poseen una especie de ganado compuesta por pulgones los cuales ordeñan, tienen también ejércitos especializados en el asalto a otros hormigueros, capturan esclavos y los huevos de otras colonias los crían como propios. Una semejanza humana indiscutible.
Es verdad que caminan descaradamente por nuestras cocinas y que son causantes de una que otra alergia, en casos extremos son promotoras de la Mirmecofobia (fobia a las hormigas), pero aún así son dignas de estudio y admiración.
Aunque no lo crea, existen especies propias de Cuba. Dentro de los animales que habitan la isla existe un gran nivel de endemismo. A esto no escapan las hormigas de las cuales existen en el archipiélago unas 166 especies conocidas, un 43% son endémicas. Otra peculiaridad de la población de hormigas que existe en Cuba es la gran diversificación de los géneros Camponotus (14 especies endémicas) y sobre todo de Leptothorax (33 especies endémicas).
Las Macromischa son hormigas que pertenecen al género Leptothorax. Entre sus integrantes se encuentran las hormigas más llamativamente coloreadas del planeta. Comprenden 33 especies, de las cuales 30 viven en Cuba, dos en La Española y una en Puerto Rico.
Y es que las hormigas han ganado un espacio en la cultura cubana.
La ciudad de Sancti Spíritus se inserta entre las siete primeras villas fundadas por el Adelantado Diego Velázquez en 1514 (entre los meses de abril y mayo). Antes de la llegada de los españoles, la región estaba habitada por grupos aborígenes que cultivaban la tierra y se dedicaban a la alfarería a orillas del río Tuninucú.
Según cuanta una leyenda, Sancti Spíritus o Espíritu Santo es trasladada a las márgenes del río Yayabo debido a que una plaga de hormigas provocó pánico en la población. (El asentamiento se encontraba a unos ocho kilómetros del lugar donde se halla actualmente).
Es cierto que son molestas en muchas ocasiones. Pero no lo es menos el hecho de que sea imprescindible su función de limpieza dentro de los ecosistemas. De ahí que con éxito se han empleado en Cuba en la agricultura urbana como controlador biológico en plagas como el Tetuán del boniato y la Margaronia de la calabaza.
Y fue esta pequeña investigación la que me hizo pensar que las hormigas no se habían mudado a mi hogar por el mal sano placer de picarme. Entonces me percaté que la razón era una plaga de pulgones que había invadido mis plantas ornamentales, y de estos parásitos, se alimentaban las hormigas.
¿La solución? Agua de jabón y se fueron las hormigas. Muerto el perro, se acabó la rabia.

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