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martes, 2 de marzo de 2010

Una mascota para odiar







Recuerdo la alegría de mi hijo cuando siendo pequeño descubrió en el patio unos “simpáticos y curiosos” pececitos que eran un alimento del agrado de su goldfish. También fue grande mi admiración y mi risa cuando en su escaso lenguaje me explicaba que era capaz de criarlos él mismo y así no hacía falta comprar comida para peces.

Esa era la primera vez que veía una larva de mosquito.

En el tortuoso camino de su desarrollo, muchas especies animales pasaron por mi casa. Recuerdo el cocuyo que ganó su libertad tras sobrevivir semanas de encarcelamiento y unas cuantas sacudidas del pomo en que vivía; las gallinas que le regalaban cada mañana un huevo aún cuando en su frustración e ingenuidad esperaba el día que le salieran crestas y espuelas para echarlos a pelear.

También recuerdo el osito alado del parque de diversiones que tras un gran susto y unas cuantas lágrimas resultó ser un murciélago y los periquitos que no nacieron porque mi inocente hijo quería ver lo que había dentro de los frágiles huevos. Muchas son las historias fruto de su curiosidad infantil.

Pero ninguna de esas mascotas fue la causante años después de un gran susto y sufrimiento.

Fue en el 2007 cuando mi hijo fue hospitalizado con sospecha de tener dengue. Esta es una enfermedad un poco traicionera, porque en un principio su condición fue confundida con una ingesta, aunque ante la aparición de las petequias, las dudas se esfumaron.

Las fiebres que provoca el dengue, 40 grados, es una experiencia verdaderamente desesperante, donde conseguir bajar un solo grado, una triste rayita del termómetro, resulta extremadamente difícil… y muchas fueron las horas en las que deseé tanto bajar, al menos, esa triste rayita.

Gracias que no hubo mayores secuelas que unos cuantos pinchazos y unas cuantas visitas al médico. Lo que si surgió de esa experiencia fue una guerra declarada a los mosquitos. Atrás quedaba la mirada ingenua y de ternura por esos maravillosos “pececitos”.

En la actualidad, y solo me atrevo a confesarlo aquí, es que encontré unas larvas de mosquito en el tanque de agua de mi casa, y no fue por falta de revisión periódica, pero resulta que todo sistema es falible.

Una vez más tuve que acudir a esa extraña relación larva/pececito del pasado. Una amistad me sugirió que tirara uno gupies en los tanques de mi casa. Primero pensé que era un invento más de los cubanos, pero me aclararon que los gupies se usan en las Antillas para contrarrestar las larvas de los mosquitos transmisores de la malaria.

Nada, que tengo la seguridad de no criar mosquitos, aunque ahora, más que nunca, hiervo el agua, porque lo que sí nadie me ha comentado es qué produce a la salud humana las heces fecales de los pececitos. Ahora ando en busca de esa respuesta.

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